El Iluminado

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La plaza era un cementerio a las 8 de la mañana. Las bancas eran como nichos. Las estatuas, memoriales. Y un hombre, sentado solo en la pileta central, el único deudo. Sus ojos húmedos parecían suplicar por algo que estaba fuera de su alcance, mientras emanaban una especie de luz sepulcral semejante a la del alba. Poco a poco la plaza se fue llenando de gente que caminaba apresurada. Algunas personas se quedaban. Se sentaban a tomar un helado o a mirar a sus niños jugando con las palomas. Las aves tomaban agua de la pileta, y un niño de no más de 10 años las salpicaba con la manito.


- Disculpe señor, no quería mojarle.
- Descuida, es sólo agua.
- ¿Se encuentra bien?
- Si, no te preocupes,- dijo el hombre, secándose las lágrimas.
- ¿Tiene frío? Se ve muy abrigado.
- Sí, un frío me recorre la espalda. Un frío inmenso.
- Oh, ya veo.
- ¿Tu madre no está por aquí cerca?
- Si señor, se encuentra en aquella banca. Me llevó a médico, y ahora me va a llevar al zoológico a ver a las jirafas. Es mi regalo por mis buenas notas, y porque mañana es mi cumpleaños.
- Oh, felicidades,- dijo el hombre, al tiempo que se le escapaba un sollozo y las lágrimas volvían a brotar de sus brillantes ojos.
- ¿Está ud. triste? ¿Por qué no nos acompaña a ver a las jirafas al parque?
- No, no es nada, pequeño. Tengo que recoger algunas personas hoy, no puedo irme de aquí aun.
- Bien señor, quizás algún día podamos ir juntos.
- Hazme un favor, cariño. Busca a tu madre y váyanse pronto de aquí. Las jirafas saldrán a almorzar y no alcanzarán a verlas si se demoran.
- Gracias señor. Otro día vuelvo para contarle cuántos animales vi. Chao.
- Adiós - contestó el hombre, con un gesto que la niña no vio, ya de espaldas donde estaba su madre.

El hombre los vio levantarse. Iban de la mano y el pequeñiosonreía, contento por aquel día que sabía iba a ser glorioso.

Toda una vida por delante. Me gustaría tener 10 años ahora, este día parecería aun muy lejano. Hoy no hay deseo ni súplica que valga. Adiós, pequeño. Abre tus alas y vuela, pero no hoy.
Finalmente desaparecieron. El hombre secó el sudor de su frente y se sacó la chaqueta, dejando el chaleco al descubierto. Buscó el botón al tiempo que la gente volvía sus cabezas hacia la pileta. Antes de que pudieran correr, lo apretó. El tiempo se detuvo, las estatuas cayeron de sus pedestales. La pileta voló por los aires y la gente quedó regada por el piso. Una vez apagado el sonido de la explosión, un silencio sepulcral llenó el mediodía.

Basado en la canción "Fate", de Tristania.





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