Der Spiegel

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Me odias, amigo mío, y lo sabes. Me odias desde el momento en el que me convertí en ti. Desde el momento en el que sentir lástima por mi vida se convirtió en una sobrecogedora pena por la tuya. Te desgarro. Tomo la punta del hilo que junta tus dos mitades y lo descoso de extremo a extremo. Miro tus entrañas y me veo a mi mismo. Estoy adentro, pateando tu corazón desde el interior.

Eres mi mejor amigo. Mi hermano, mi sombra. Por eso entiendo y comparto tu odio sin que en mi nazcan deseos de sacarte los dientes. Nuestra confianza es completa. Podrías vomitar sobre mi mientras me como el coño de tu madre.

Me odias, y lo sabes. Me lo dijiste. No me digas que no te acuerdas. No intentes engañar a tu reflejo.

Aprecio tu sinceridad, por eso puedes contar con la mía. A mi también me produces nauseas. Tu debilidad solo me recuerda la mía. Comparto tu miseria, pero no tu alegría. ¿Qué quieres que te diga? ¿Que comparto tu felicidad? Al carajo, NO. Estás solo en esto. Yo también lo estoy. Incluso entonces lo estaba, con ella. Sólo que yo no pretendí que eso te importara. ¿Por qué? Porque yo puedo apreciar nuestra diferencia, nuestra única diferencia: y es que estamos solos, mi hermano. Tú y yo. A cada lado del espejo.

Y lo disfruto.

Pero tranquilo, oh, amigo mío. Tú lo descubrirás también, más pronto de lo que imaginas.
Y
va
a
gustarte.




Turistas


 

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