Un Tipo Feo
lee que lee
escribe que escribe
sobre promesas rotas
y moscas revoloteando
por la habitación
siempre ha pensado
siempre pensará
en lo feo que es.
A veces piensa que
se siente algo bonito,
se cree algo bonito
a ratos, cuando se da la oportunidad.
Todo se reduce a eso,
LA oportunidad.
Todos tenemos una,
a ratos
al fin y al cabo
si ni fuera por ella
¿qué tendríamos nosotros
que le interesara a la vida quitarnos?
Especialista en Orgasmos
Trabaja 4 horas al día, a 20 dólares la hora. Se pasa desnuda frente a las cámaras, carne prieta, llena de vigor. Entra y sale de la escena con la misma energía, a diferencia de sus compañeros bien fornidos. Y es que nadie aguanta sin venirse con unos cuantos orgasmos sobre semejante cuerpo.
Afuera del galpón-estudio la espera siempre su marido a la misma hora, un hombre gordo, mejillas rojas, camisa y corbata fuera de su posición. La saluda con un beso en la frente (jamás en la boca) después del trabajo.
El trabaja vendiendo automóviles.
Ella, vendiendo fantasías.
Sus compañeros de trabajo, bien tonificados, se preguntan qué hace semejante culo con un cerdo sudoroso. 2 cuerpos que no calzan el uno con el otro de ninguna manera.
A simple vista.
Él espera su turno, poco interesado ya por su propio placer. Ya no tiene ganas de masturbarse, ni de ver las películas de su mujer. Él sólo quiere contemplarla, arriba y abajo, sobre su asquerosocuerpo, devorando sus expresiones de gozo, al tiempo que cuenta otroorgasmo feroz que le logra arrancar a su perra indomable, la reina del cum-eating, a la cual ni tres fornidos machos desnudos a la vez pueden sacarle un suspiro real...
pero el de la corbata desordenada sí.
Cuento Viejo
Mario salió como siempre a las 6 de la tarde de su pega. Está nervioso. Se topa con la calle que cruza todos los días con toda puntualidad a las 6:05, al otro lado se agacha a limpiar sus zapatos de 6:05 a 6:06, y se dirige al almacén de siempre, en donde ingresa sagradamente a las 6:09. Como no le gusta perder el hilo de su trabajo, Mario prefiere saltarse la hora del almuerzo y pasar luego a comprar un sándwich para el camino de regreso a casa. Con la misma amabilidad con que atiende a los alumnos de la universidad en donde trabaja como secretario, da las gracias por la atención y en ocasiones hasta regresa al local para entregar el vuelto de más que recibió, producto de la vejez de la vendedora.
Todos los días eran similares a éste para Mario. Todos, hasta hace exactamente 7 días.
El lunes pasado, todo sucedía como de costumbre; calle, zapatos, almacén, vuelto. Pero a la salida del almacén, algo diferente de lo normal ocurría a los pies de Mario. Un billete de 20 mil estirado lo esperaba a las 6:14 pm. La gente pasaba y no lo veía , pero él se daba cuenta de ello, quizás por el hecho de ser algo demasiado diferente a lo que el conoce como rutina, su rutina. Mario nunca había tenido mucha suerte para nada, esto era realmente algo nuevo para él. Y algo nuevo que venía a sacarlo de su rutina y a ponerlo en una situación incómoda para un hombre de su personalidad. El billete estaba ahí tirado, esperando a ser recogido por la única persona que lo había notado.
Ya eran las 6:20 y la situación se tornaba desesperante, no por el tiempo que Mario llevaba parado frente al local, con la mirada fija en el suelo a ratos, mientras intentaba disimular su interés en lo que sólo él veía ahí, sino porque se le hacía tarde para comer su sándwich en el metro entre las estaciones Moneda y Salvador, como solía hacerlo siempre. ¿Qué hacer en una situación así? Solo recogerlo y nadie lo notaría, sería algo que cualquier otro samaritano haría en esta posición. El único problema es que Mario no era ningún samaritano hipócrita, sino que era católico acérrimo y demasiado honesto como para no tomar algo ajeno por más regalado que se encontrase en la calle. Así que Mario, transpirado y un poco nervioso, decide salir del lugar con paso agitado, a ver si con un poco de esfuerzo lograba compensar todos los minutos que se había tomado de más ese día.
Esto había seguido sucediendo durante los siguientes 4 días hábiles de la semana pasada. El martes a la salida del trabajo se acordó de llegar más temprano para revisar las cuentas que se le habían acumulado durante el mes. Cuando salió del local, los mismos 20 mil yacían en el piso a la misma hora del día anterior, provocando la misma reacción en Mario, más apurado ahora por alejarse de ahí que por llegar a Moneda rápido para comer su sándwich. El miércoles, mientras se le cruzaba por la cabeza el ir a visitar a su abuela hospitalizada, salió igual de rápido del local con la mirada en alto, para no ver lo que le estaba quitando el hambre en el metro. El jueves, pensando en el ramo de flores que le gustaría regalarle a su novia, salió con la mirada en el cielo otra vez, sólo que en esta ocasión tropezó a la salida del almacén por no fijarse en la grieta que normalmente acostumbraba a saltar. El viernes ya sólo se limitó a salir corriendo del almacén.
Había pasado el fin de semana y Mario quería olvidarse del tema que le amargó todas las salidas la semana pasada. Casi no se había acordado del asunto cuando sorprendido volvió a posar su vista sobre los malditos 20 mil que parecía que hubiesen estado clavados en el piso desde el pasado lunes. Esta vez, la situación era desesperante hasta para un hombre tranquilo como Mario. Él sabía que ya era hora de terminar con este fastidio de una vez, sin importar que tan honesto trataba de ser. Quizás el billete loe estaba siguiendo de alguna forma dado algún designio superior que le quería hacer un favor. Esto, además del extraño hecho de encontrarse precisamente en ese momento la calle libre de gente, animó a Mario a agacharse a recoger el objeto de tortura que ahora iba a ayudarle a saldar algunos asuntos pendientes en su cabeza.
Un golpe certero cayó sobre la nuca del buen Mario cuando sus dedos rozaban el billete estirado. Una botella había sido el arma elegida por El Nano para terminar con la espera de una semana que hacía desde que se le ocurrió esta nueva treta para conseguir una nueva víctima para su enfermø regocijo. Agarrándolo de los brazos, El Nano arrastró a Mario hacía dentro el callejón en donde se escondía desde el lunes pasado, con botella en mano, a esperar a algún necesitado que quisiera vender su vida al destino por 20 mil pesos.
Cómodamente
Ya se me había olvidado que
tuve ganas de
ser locutor de radio
escuchaba la Vikinga Rock
en la Rocka
(cuándo era buena radio)
y el Rock Tracks
en la Carolina
(que nunca fue buena)
tuve ese sueño por un corto
tiempo, pero fue muy repetido
mientras duró
la última vez que recuerdo
haber rememorado ese anhelo
fue hace 5 años,
te venía conociendo y
te gustaba el Rap y a mi
el Metal
así que por qué no hacer
un programa de aggro…
(sorry, my dear, nü metal)
nunca lo hicimos.
Se me había olvidado
que me gustaba la radio
que quería ser como el
Kano Álvarez,
y mucho menos iba a recordarlo
después de haber conocido
la radio a través de
la visión de
mi universidad.
Pero ahora lo recuerdo,
sin enderezarme, sin volverme loco,
como levantando un sueño
dormido, sin despertarlo,
desde su lecho de
navajas de afeitar.
Aun podría hacerlo
¿por qué no?
como también podría aún
ser astrónomo o abogado
o músico o cazador de dinosaurios.
Se me había olvidado todo eso,
y no entiendo muy bien
cuando se me pasa por la mente
la locura que sería
que en realidad fuese yo
el dormido en mi vida
y mis sueños los despiertos
en mi cabeza, sin hacer ruido,
así como para no despertarme
de mi lecho de navajas.