Después de 18 años de acabada la dictadura militar, son demasiadas las promesas que no se han cumplido como para que creamos que todo está mejor que entonces. Nacimos hace más de 20 años, junto con el libre comercio y la muerte de las ideologías que no alcanzamos a conocer. Sentados en la comodidad de nuestras casas, vemos como pasan las cosas allá afuera y nos aterra la idea de salir a ser parte de aquello. Somos menos decididos que nadie, y más reflexivos de lo debido. Demasiado críticos como para hacer algo al respecto y mejorarlo. Hacemos las cosas porque si, y no sé se ha convertido en nuestra respuesta predilecta. Nadie nos cree cuando decimos lo que creemos, porque es demasiado inaudito que no nos guste nada o que no sepamos en lo absoluto que es lo que queremos. Quizás somos más débiles, quizás somos más inteligentes, quizás somos la verdad, quizás estamos totalmente errados. Lo que si podemos intuir, ni siquiera saber con certeza, es que no somos nada definido. Y cuando intentamos serlo, somos algo que no queríamos ser, y no hay vuelta atrás que sea segura.
No somos felices, robamos felicidad como podemos. Estamos conscientes de que estamos solos, pero nos aferramos de todos modos a la idea de estar acompañados de... lo que sea. Somos una generación nacida entre 1985 y 1989, un tanto malditos, un tanto bastardos. Nuestros padres tenían miedo todavía de lo que nos podría suceder, no querían revivir en nosotros su juventud tortuosa y oculta en sus casas a las 5 de la tarde. Nos encerraron de alguna forma, en sus casas, en sus mentiras.
No vivimos los 80, no conocimos la esperanza de esos años acabados, ilusos, que dieron paso a una generación X que ya pasó lo peor y se sumergió en lo que no criticaban, pero temían por completo. La publicidad nos habló de la Generation Next, como una promesa que debíamos cumplir, como algo mejor a todo lo anterior. Nos presionaron. Nos obligaron a elegir a ciegas. Nos obligaron a ser exitosos y a ver televisión. Todo estaba bien en esa caja. Nosotros estábamos bien. Y más nos valía que nos mantuviésemos así hasta cuando creciéramos y el mundo fuera nuestro...
Nos mintieron con lo de los votos y la democracia. Pero nuestros padres no tenían otra opción más que creer en ella. Todavía tienen miedo, quedaron marcados para siempre. Nosotros no conocimos ese miedo “ajeno” a nuestra realidad, quienes ni siquiera vivimos los últimos retazos de una época inestable. Nosotros sólo conocimos los estelares de las 10 de la noche, a nuestras nanas y a nuestras madres viudas durante el día hasta la medianoche, hora en que alguien llamado papá, a quien sólo conocimos por fotos, llegaban medio acabados a darnos un beso de buenas noches que nunca sentimos.
Con el pasar de los años cambiamos una caja por otra. La televisión pasó a segundo plano y nos conectamos en masa a internet. La cosa no cambió mucho, la realidad se aceleró, pero todo era una ilusión. Con ella, pudimos conocer parte de lo que nos habían ocultado durante nuestra niñez, o de lo que no alcanzamos a vivir y conocer. Lo vimos, a todo color. Lo criticamos, y nos quedamos sentados en el escritorio sin hacer nada. Nos asqueamos de ella y de nosotros mismos, y ahora, miramos por la ventana el día soleado y radiante, y no nos animamos a hacer nada con él. Somos un grupo de tristes y aplastados. Sin rumbo alguno que nos guste de verdad. No sabemos bien a qué vinimos ni sabemos hacer nada definido. Simplemente nos gusta no hacer nada, pero tampoco nos gusta no hacer nada. Somos una generación frustrada, incomprendida y de baja autoestima.
Aunque más que baja autoestima, tenemos baja la estima por los demás.